miércoles, 8 de febrero de 2012
Maslow y la felicidad
Un día, San Agustín, la figura más destacada entre los primitvos teólogos de la Iglesia, pasó por delante de un mendigo en las calles de Milán. Recordaba el incidente con todo detalle porque el hombre reía y gastaba bromas. Una profunda tristeza embargó al santo: le iba bien en la vida; ese mismo día había preparado un discurso que tenía que pronunciar nada menos que ante el emperador. Estaba lleno de ambición y energía, no sólo de éxitos terrenales, sino de paz y, sin embargo, al ver la sonrisa de un hombre sumido en la pobreza se volvió a sus compañeros con la mayor aflicción. Ese mendigo, sin nada, era feliz y él no. Peor aún, aunque sabía que la felicidad del mendigo era ilusoria -quizá producida por la bebida o la locura-, para él significaba que el camino que había adoptado era tan sólo un medio y una maquinación, y nunca podría conducir a la sencillez que subyace en la felicidad. Más tarde se daría cuenta de que la felicidad es como el sol y como la sed, que no puede verse a la perfección el primero ni saciarse de una vez por todas la segunda.
Si a los locos no les coartaran su libertad y les dieran el trato más amoroso, qué felices serían. Te has fijado que generalmente a los más felices, los cuidan los más amargados, toncs, con su tremenda envidia, les maltratan horrible, para que dejen de reír y gozar. Yo quiero ser de esas locas risueñas, cantadoras y bailadoras, que nunca están solas. Me crearía cientos de personajes al servicio de mi imaginación, jajaja
ResponderEliminarTe dejo un beso de locura feliz.
p.d. Sorry que me desvié un poco del tema y me extendí de más. Bueno sistá poquito relacionado con tu estupenda entrada Maslowiana.
Feliz con poco, quizás no estaba loco ese mendigo, igual sabía apreciar lo realmente importante.
ResponderEliminarSiempre es un placer leeros.
Besos.