miércoles, 11 de mayo de 2022

11.05.2022. Madrid. Histórica actuación de El Juli, con una sola oreja.

¿Pero ya no hay afición?


Paco Delgado



 La tarde del 11 de mayo de 2022 pasará a la historia, no sólo de la feria de San Isidro, sino a los anales del toreo, como aquella en la que El Juli dio un paso más allá en su tauromaquia y dejó una actuación antológica.

Con expectación desbordada, como si el público presintiese que algo grande iba a ocurrir en la cuarta función del abono isidril -el cartel no era para menos: Morante, El Juli y Pablo Aguado-, y el aviso de “No hay billetes” expuesto por primera vez en la feria, el prodigio se obró durante la lidia del quinto toro.

Morante se lució a la antigua antes del inicio del festejo y luego en el ruedo siguió en plan decimonónico. Aliño y a matar. Aguado tuvo pocas opciones con el tercero y en su segundo turno El Juli ya ocupaba todo.

El torero madrileño, que llegaba como triunfador de la feria de abril de Sevilla y se anunciaba con una corrida de La Quinta, poco o nada habitual en sus elecciones, paseó ya una oreja de su primero tras una muy templada faena  al probablemente mejor toro de la corrida. Pero fue con su segundo cuando puso todo patas arriba. Perdió el animal las manos en su encuentro con el caballo y se colaba con peligro en los primeros compases del último tercio. Pero El Juli creyó en él y, sobre todo, en sí mismo. Poco a poco, dándole confianza a la vez que le dejaba claro quien mandaba allí, fue desgranando una sinfonía en la que alargaba más la embestida de su oponente a cada muletazo. Con los pies clavados al suelo, quieto como una estaca, se enroscó siempre al santacoloma, llevándole atrás, muy atrás, y vaciando siempre sus acometidas hacia adentro en un quehacer que a cada momento subía en intensidad hasta exprimir a un toro que, a lo peor, en otras manos no hubiese lucido tanto. Pero en las de Julián López sí. Y de qué manera. Si desde que arrancó su carrera se ha visto la inmensa capacidad de este diestro, ahora dio una vuelta de tuerca y ofreció otro registro, una nueva dimensión en su lidia, mucho más profunda, más emocionante y de mucho más calado. Lo que ya es decir.

Pero no mató a la primera y su balance material y contable quedó reducido a una vuelta al ruedo que, de cara a las estadísticas, sabe a poco.

Se echó en falta sensibilidad en el palco, rígido y atenido a un reglamento rígido y falto de flexibilidad necesaria para juzgar una obra de arte. Bien podía haber concedido una oreja cuando la petición era ya grande y a tenor de lo mayoritaria de la misma sacar el segundo pañuelo. O haber mostrado los dos a la vez de principio, al fin y al cabo la excepciones confirman la regla y ocasiones como esta no las hay a diario.

Tampoco al público se le vio esa decisión que antaño permitía que los toreros que de verdad habían estado bien saliesen a hombros, al margen de orejas. Y El Juli estuvo extraordinario ¿No merecía salir a hombros? ¿No tendría que haberse echado al ruedo la gente y sacarle en volandas? ¿Ya no hay una afición como la de antes?

Cuando se cumple el 75 aniversario de la creación de la feria de San Isidro no son pocos los ejemplos que su repaso nos ofrece de situaciones parecidas y en las que lo hecho en el ruedo, puede, no estuviese  a la altura de lo que El Juli regaló.

Ahí está la también histórica faena de Antoñete al toro blanco de Osborne, premiada sólo con una oreja, lo que no fue óbice para que Chenel saliese a hombros. O la actuación de Antonio Bienvenida en la corrida del 12 de mayo de 1948, recompensado oficialmente con un único apéndice pero sacado a hombros junto a Rovira y Paquito Muñoz, que habían cortado dos y tres orejas respectivamente. O, aquel mismo año, el día del santo, Pepe Dominguín salió por la Puerta Grande sin ni siquiera haber tocado pelo...

Eran aquellos otros tiempos, claro, pero en ese aspecto, sin duda, mejores.

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