El tópico que hace descansar en Juan Belmonte “El Pasmo de Triana” la exclusiva creación del toreo moderno no se corresponde con la realidad y está superado gracias a ese maestro de maestros de periodistas e investigadores taurinos que se llamó Pepe Alameda.
Es hora de deshacer entuertos y poner las cosas en su sitio a la hora de proclamar cual es la secuencia correcta que desde la Edad de Oro nos lleva directamente al toreo de posguerra y al toreo de nuestros días:
¡Joselito – Chicuelo – Manolete!
(Fragmento del artículo "La cárcel de papel taurina. Condenando a Emilio Muñoz", de José Morente).
«Manuel, acabas de cambiar el toreo». Fue la respuesta de El Rere cuando Manuel Jiménez Chicuelo, asombrado por la respuesta del público, acudió a
la barrera a refrescarse después de dar muerte al toro Corchaíto la tarde del 28 de mayo de 1928 en la plaza vieja de Madrid.
Chicuelo es el transmisor de esa revolución taurina nacida
del enciclopedismo taurino de Joselito El Gallo y madurada, definitivamente en
la obra colosal de Manolete. Es importante definir ese hilo. Pepe Alameda, el
imprescindible tratadista de las fuentes del toreo precisaba desde su exilio
mexicano que «Chicuelo es, sin duda, discípulo de Gallito, no por lecciones
directas, pero sí por haber respirado desde niño en su atmósfera y haber bebido
en su fuente».
Efectivamente, Joselito ya había esbozado ese toreo ligado en redondo que
Chicuelo acabaría estructurando en series o estrofas de ritmo musical. Ése es el toreo por llegar, tal y como confirma la visión
de otro analista, Nestor Luján, afirmando que «Chicuelo es el creador del ritmo
de torear moderno, del encadenamiento suave y fluente de las faenas...» Ese
hilo del toreo nos presta, además, algunas hermosas casualidades. Chicuelo había tomado la alternativa en Sevilla el 28 de septiembre de 1919.
(Fragmento del artículo “Chicuelo: un torero entre dos
orillas”, de Álvaro R. del Moral)
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