Los mandamientos de un torero del siglo XIX visitado por la realeza: santificar la Fiesta y no desear a la cupletista de tu prójimo
La acusada personalidad de Frascuelo se refleja en su peculiar decálogo taurino, en el que pide no «amolar» a toros ni espectadores.
Los mandamientos de un torero del siglo XIX visitado
por la realeza: santificar la Fiesta y no desear a la cupletista de tu prójimo.
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La acusada personalidad de Frascuelo se
refleja en su peculiar decálogo taurino, en el que pide no «amolar» a toros ni
espectadores
04/02/2021 ABC
Su rivalidad con Lagartijo siempre estuvo
presente entre la afición. Se llamaba Salvador Sánchez Povedano y se anunciaba como Frascuelo en los carteles.
Huérfano de padre desde los once años, había nacido en la localidad granadina
de Churriana
de la Vega en diciembre de 1842. Tras la muerte de su
progenitor, viajó con su madre a Madrid, donde hizo sus primeros pinitos en
el toreo: su capea número uno fue en 1860 en Móstoles y, dos años más tarde,
actuó de banderillero en la cuadrilla del Hurón en Robledo de Chavela.
Tras participar gratis en un festejo
organizado por Cúchares a favor de la viuda del picador El Coriano y tomar la
alternativa en 1867 con el toro «Señorito» , de Bañuelos, pronto elogiaron su valentía los
públicos, que se dividían entre Frascuelo, Lagartijo y, en parte, El Tato , aunque a este último tuvieron que amputarle una pierna
y esa competencia terminó pronto. «Pero con Lagartijo fue muy duradera -señala «El libro de la Tauromaquia», de José María Esteban-, duró casi toda su vida
profesional y se desarrolló fundamentalmente en Madrid donde, incluso,
alternaron en la última corrida de una plaza, la de la Puerta de Alcalá, y en
la primera de la nueva, y sus hazañas alcanzaban caracteres de leyenda. La afición estaba dividida, un punto más a favor de Lagartijo, pues no yendo a
la zaga de Frascuelo en valor, tanto su técnica como su arte rayaban algo más
alto».
De poder a poder
Frascuelo tuvo sonados triunfos, como su temeraria faena un
septiembre madrileño, y también alguna bronca, como en una miurada
de mayo en la Corrida de Beneficencia. No faltó la dureza del percance,
como el que sufrió en 1877 con el toro «Guindalero». En los
anales queda su encerrona con seis toros de Veragua el 26 de mayo de 1887. «Insuperable», dice
El Cossío. Y en su inventario biográfico de matadores se hace alusión a su
«toreo impávido», «valor ostentoso y desgarrado» y «amor propio verdaderamente
heroico». En el recuerdo, sus quites «de poder a poder».
Tras su retirada en 1890, se instaló en su finca de Torrelodones.
Cuentan que miembros de la realeza, como Infanta Isabel «La Chata», con
quien le unía una amistad, ordenaban parar el tren a su paso por el pueblo para
saludarle. Hasta Chulalongkorn,
primer rey tailandés en visitar el continente europeo, quiso
saludar al torero y luego acudiría a una corrida. En las cartas sobre su viaje
expresaría luego que lo «más divertido» fue ir a los toros, «un espectáculo
arriesgado y conmovedor». Hombre generoso, Frascuelo tuvo amigos por todo el
mundo.
Murió en la madrileña calle del
Arenal en 1894. Cuentan que contrajo una pulmonía después de un tentadero
en el que se preparaba para torear una corrida para recaudar fondos por la
guerra de Cuba .
Rafael Molina «Lagartijo», su eterno rival, fue el
primero en coger un tren para acudir al entierro. Y la calle del Arenal se
llenó de partidarios. Dicen que se colapsó la Puerta
del Sol para despedir a un torero irrepetible.
Su
decálogo
Su acusada personalidad se refleja en sus diez
mandamientos, un decálogo publicado por Corinto y Oro en
la revista ilustrada «Mundo Gráfico»:
Primero :
amar a Paquiro sobre todos los coletas.
Segundo : no
jurar que vas a meterte en el morrillo de los toros para luego no arrimarte
nada.
Tercero :
santificar la Fiesta española, entendiéndose que santificarla no es tirar el
pego.
Cuarto :
honrar a la afición que da cuanto se le pide y más de lo que puede.
Quinto : no
matar como Rafael el Gallo.
Sexto : no
amolar tanto a los toros ni a los espectadores.
Séptimo : no
hurtar las ingles a las arrancadas de los astados, ni hurtar tantos billetes
como se viene haciendo.
Octavo : no
decir en los telegramas que tú estuviste colosal y tu compañero desastroso.
Noveno : no
desear a la cupletista o supertanguista de tu prójimo.
Décimo : no
codiciar el contrato del colega; ni el colchón del zapatero, del hojalatero y
del tapicero, cuando el colchón va a la casa de empeños para luego no ver más
que huir a los toreros de arriba, de abajo, de la derecha y de la izquierda.
Cuando Frascuelo falleció, Rafael el Gallo no llegaba a los dos años de edad, asi que los mandamientos no son muy fiables
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