El gran teatro del ruedo
Desde la andanada del 7 diviso ahora a un actor,
comprometido en extremo con una actuación donde pone en juego ni más ni menos
que su propia vida; y me pasmo ante este acto de entrega absoluta; la suya y la
de toda la cuadrilla pendiente de cada lance de la lidia. Y me embelesa el
exquisito arte de vencer la indómita naturaleza mediante una refinada danza con
el animal. La vida en juego, qué estremecedora consigna para un teatro que
pretenda una conmoción verdadera, más allá del mero simulacro de peligrosidad.
Desde la andanada del 7 añoro un teatro que no esté
resguardado detrás de la barrera de la representación, un teatro que recupere
en el estricto marco de sus propias convenciones un inopinado espacio de
imprevisión donde actores y público se entreguen a una porfiada ceremonia de
exaltación y gratitud vital.
Desde la andana del 7 pienso en el drama y su
estructura ternaria que en la lidia se reformula en tres partes canónicas:
recibimiento (capote), nudo (muleta) y desenlace (la suerte máxima). El drama
de dos fuerzas antagónicas y a la vez complementarias, esa paradójica unidad de
opuestos que palpita siempre en el buen teatro; porque, así como el diestro no
existe sin el toro de lidia, éste tampoco, literalmente, existiría sin la
figura del torero. Mihura (el comediógrafo) echaba de menos poder escuchar al
toro y al torero dialogando entre sí… cosas de don Miguel. Como si no bastara
la elocuencia de ese encuentro arriesgado y mortal que establecen el protagonista
y el antagonista en el ruedo. La palabra en el toreo se halla encapsulada en
esos silencios que en ocasiones exhala la plaza hacia las alturas, así el
sublime momento de entrar a matar donde las palabras se condensan en una acción
definitiva: la suerte suprema. El hacha que, como los buenos libros, a decir de
Kafka, son capaces de romper el mar helado que llevamos dentro.
Desde la andanada del 7 admiro a ese actor que sabe
alternar con maestría la atención entre el astado y el respetable, un actor que
más que comunicar, irradia; y su gesto, su figura, eso que las gentes de teatro
llaman “presencia escénica” se proyecta deslumbrante hasta la grada más
recóndita de la plaza tal que esa serie de naturales dedicados con gesto
preciso y altanero al tendido donde nos hallamos los mortales; la encarnación
del héroe que vence la muerte y nos redime.
Ernesto Caballero es
un dramaturgo, director de escena, profesor y gestor de compañía teatral
español.
Me ha gustado mucho este texto, mucho. Lo copiare con su permiso, "maestro". Un saludo y Feliz Navidad.
ResponderEliminarNo faltaba más. Agradecido por ser lector del blog. Feliz Navidad, Daniel.
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