lunes, 18 de septiembre de 2023

El toreo y el toro más allá del temple. Por Mundotoro. Editorial del lunes 18 de septiembre de 2023

El toreo y el toro más allá del temple

Editorial del lunes 18 de septiembre de 2023. Por Mundotoro


 

Esta temporada y desde hace algunas más, se constatan dos aportaciones del toro (y del toreo) de este siglo. Dos cualidades que, en este medio, hemos acuñado con las denominaciones de flexibilidad y reducción, una vez observado durante años lo que ciertos toros o ganaderos y ciertos toreros, están haciendo. Y diciendo. Dos palabros que, mal que bien, pretenden nombrar dos aportaciones de la selección actual en algunas ganaderías y, al tiempo, la intención de torear de algunos toreros. Cuando surge algo nuevo o se descubre lo que no había, hay que ponerle un nombre y el campo no bautiza lo que hace.

La flexibilidad trata nombrar lo que el toro tiene por dentro y por fuera para permitir y desear el toreo que huya de la línea recta. La conformación física del toro, en hechuras, en romana, volumen y cuajo, finura de cabos, en tipo (manos, cuello, el “abarcar” de su cara…) y hasta en manejo, claro. Y también describe al toro por dentro: la cualidad de embestir humillado, sí, pero no recto o derecho, sino flexible hacia el trazo curvo, con el pitón de dentro siguiendo los vuelos de la muleta en una línea curva.

La mayoría de la narrativa actual sigue teniendo al temple como el icono del toreo bien hecho. Las referencias al verbo “templar” tienen los mismos años que tiene el toreo que consiste en ir a compás de la velocidad o ímpetu, mayor o menor, de la embestida del toro. Algo vital, pues el temple es necesario con todo tipo de toros que embisten, desde el de poder o fuerte al más endeble. Sin temple, haya la velocidad que haya, se descarrila aquello, y aquello es el toro. Y el temple es a la altura que sea y en las suertes que sean. El temple trata de atemperar al de poder y cuida al endeble. Compás en el sentido de ir a compás. Desde la evolución del toreo con el efecto del peto en los toros, el temple nace como condición si ne qua non.

Dentro de esa necesidad de templar, ha habido estilos en los toreros. Unos de una forma, otra de otra, unos con solo con un tipo de toro, otros con más. Y los toros, unos más templados o menos, unos con mejor embroque para ser templados, otros con peor. Y, en evolución, el temple con el que humilla pero que no “rompe”, puede hacer el “milagro” de hacer que se desplace más, que persiga más la muleta, cuando esta engancha la embestida por debajo de la pala del pitón. Tirar. Prolongar, empujar. Pero aún hablamos de la rectitud.

‘Hemos visto y vemos a toreros enganchar la embestida muy adelante, tal que, en la finca, y trasladar la embestida hasta la Gran Vía de Madrid’

En la evolución, el temple se animó a dar un paso, atreviéndose con la longitud del muletazo. Hemos visto y vemos a toreros enganchar la embestida muy adelante, tal que, en la finca, y trasladar la embestida hasta la Gran Vía de Madrid. Un avance en métrica, en el sentido de metros. Desde muy allá hasta muy allá. Una aportación muy válida si no fuera por dos cuestiones. Una, que al enganchar desde muy allá, el torero deforma el cuerpo y lo hiperactúa, alterando su natural compostura. La no naturalidad. Dos, que el trazo del muletazo suele ser lineal. De forma anatómicamente objetiva, echar brazo y cuerpo muy adelante y separados ambos, inclinar el pecho, echar cabeza hacia adelante, la pierna de apoyo muy lejos del brazo y de la muleta, y recuperar la anatomía natural corporal de encaje a la que el toro llega al embroque, es una deformación. De la que sale, por cuestión anatómica objetiva, la línea recta.

Un ejercicio de salón en esa forma, nos da como resultado una reunión con el toro que sólo se resuelve en el trazo recto. Muy largo, aunque sea muy por abajo. Podemos hacer un ejercicio sencillo visual:  tapar con la mano al toro en el vídeo o la fotografía, que da como resultado un cuerpo que está haciendo algo que tiene que ver con el arte del toreo, pero que, tapado el toro, necesita de una explicación un tanto extensa y perezosa para poder afirmar: es que está toreando. En definitiva: desde evolución en longitud del muletazo, es cierto que el toreo dio un paso en longitud (que no siempre es profundidad), pero es longitud recta. Es cierto que se exigió más al toro si éste humilla detrás de los vuelos y éstos viajan por debajo de la pala del pitón. Pero no la exigencia total del toro, que no llega desde el trazo recto.

Todo esto, además, da como resultado una valoración nada sutil del muletazo. La llamada “limpieza”, que no enganche y que no tropiece. Si el muletazo es limpio, es bueno. Si el verso rima, es bueno, aunque sea un ripio insoportable. Esto ha terminado haciendo del toreo un ejercicio de no tropezar engaños, y sólo en no tropezar. Una escolástica. Un cuidado/requisito muy por encima de la intención de hacer el toreo. No tropezar, la limpieza, es un medio para el fin: hacer el toreo. Pero hoy el medio (el muletazo sin tropiezos) ya es el fin (torear). Lo enseñan en las escuelas.

Pero supongamos que no tratamos de enganchar muy, muy allá, ni de llevarlo hasta muy allá. Supongamos que el torero lo cita aquí y lo lleva hasta otro aquí.  De momento, exige otra postura corporal: una posición más natural, la del homo erectus y hasta la del homo sapiens mejorada en un torero, y se ofrece la palma de la mano para el cite. De tal forma que el trazo del muletazo se realiza desde el eje del cuerpo, en giro (cintura, pecho, brazos, manos y muñecas) describiendo, atención, un viaje no lineal sino curvo.

‘El muletazo puede resultar más corto, dirán. Pero no es cierto. Porque la longitud de la línea recta se convierte en trazo curvo. Se ahorra espacio, pero no tiempo’

El muletazo puede resultar más corto, dirán. Pero no es cierto. Porque la longitud de la línea recta se convierte en trazo curvo. Se ahorra espacio, pero no tiempo. Dura igual o más el muletazo (tiempo) y, esencial, se reúne el espacio toro/torero. Ahorrar espacio se traduce en más reunión y ceñimiento y el tiempo (duración) se resuelve sólo llevando el toro muy hacia atrás (no muy hacia allá). Rafael de Paula dijo algo a este respecto robre el toreo a la verónica: enganchar y torear llevando al toro allende los mares. Los mares del un mundo que es una esfera. Redondo, curvo. La concepción de tierra y mares como algo plano murió en la realidad de la esfera del universo. El inmovilismo mandó a galeras o al cadalso a todos los que hablaban del mundo como esfera. Pero era una esfera.

Ese toreo que pasa por la fragua a la línea recta y la convierte en curva, se hace con un toro muy evolucionado. Sutilmente evolucionado. Primero se buscó la humillación del toro, es decir, obligarle a un ataque en su posición no natural. Por tanto, exigiendo un esfuerzo tremendo. Pero la humillación en curva, metiendo el pitón de dentro en esa humillación, y sostener esa forma de querer coger los vuelos de la muleta, es ya un logro milagroso. Y que dure una y otra vez en insistencia, en obligación máxima, en exigencia y desgaste máximo, es un milagro dentro de un milagro. Y para ese toreo, se necesita un toro flexible.

Y de resultas de ese toreo a un toro de esa flexibilidad llega la idea de reducir. Primero, huir de la inercia, que es la línea recta. Usando la inercia se desusa el toreo. Las embestidas que vienen citadas en las distancias que dejan el toro salir a su total velocidad, raramente pueden ser recogidas y mandadas desde la muleta. Más bien es un pasar en donde el toro, por ley natural de la inercia, se abre o se aleja. Un resultado de la ley física no resultado del toreo. El toreo se hace más sutil, mas profundo, mas arriesgado y más todo, cuando surge a toro parado, sin usar su inercia, algo que siempre llevará a la línea recta.

‘La magia que consiste en que lo que entra a una velocidad, aunque sea escasa y despaciosa, salga de los vuelos casi a otra porque hay algo que la varía, que la detiene, que la ralentiza. Reducción de espacios toro y torero’

Citando al toro detenido, trayendo y haciendo que llegue, reuniendo en el embroque la embestida, abarcándola y haciendo el toreo de vuelos por debajo de la pala del pitón, nace la gran posibilidad de la magia que consiste en que lo que entra a una velocidad, aunque sea escasa y despaciosa, salga de los vuelos casi a otra porque hay algo que la varía, que la detiene, que la ralentiza. Reducción de espacios toro y torero, reducción de proximidad de los dos cuerpos, vuelos abiertos al final, embestida toreada por debajo de la pala, abarcando la cara del toro.

Un avance sobre el temple que provoca una emoción distinta, honda, profunda, mágica. Casi inexplicable. Artística. Hay toreros que se distinguen porque buscan eso. Y para lograr eso, se necesita un toro flexible, que niegue la natural querencia a su ataque recto, que busque la muleta por abajo, que coloque abajo el pitón por el que se le cita, el de afuera como inservible, más arriba, casi sin usarlo, en obligadísima embestida corporal.

Ese avance del toro y del toreo que podemos ver hoy en algunos toreros, es un paso más hacia la consideración del milagro de la idea o el ideal nunca terminado de embestida y el ideal nunca terminado de toreo. La emoción de lo que se detiene, de lo que parece que se detiene. No se detiene, sino que avanza, pero más lento de lo que el ojo iba a percibir. Mas despacio de lo que la mente del publico o aficionado, sentado en su almohadilla de tendido, tenía como certeza que iba a suceder.  El fin de los previsible. La sorpresa. Otra emoción. Casi una revelación.  La negación del tiempo y espacio previsibles que da cierto toreo coloca al toro y al torero en otra dimensión en donde, ahora sí, hay posibilidad de arte. Porque el arte es, en pintura, en escultura, en literatura, el uso de tiempos y espacios (versos, párrafos, volúmenes, trazos de pincel…) para una expresión o una intención. O un estilo. 

El toreo que disfrutamos algunas tardes, y cada vez más, y desde hace unos años, le ha dado una vuelta de tuerca al temple y a sus consecuencias.  Una vuelta de tuerca que nace ya en el instante del cite y termina con el final del muletazo. En el sentido más práctico de la evolución del toreo, lo que Pepe Alameda llamó “El Hilo del Toreo”, la línea recta es enemigo. La recta es tan anacrónica como trampa. Mete al toreo en la tesitura única de una única evolución: de largo a muy largo y a más lago, más deformación corporal. Con el límite que impone el cuerpo, pues el toreo no es cuestión de envergaduras. Lo otro descrito aquí deja al toreo sin dogmas, sin reglas, sin previsibilidad. Deja el toreo la capacidad de evolucionar y al toro la capacidad de evolución.

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