No es noticia: Hitler era un lector compulsivo, y además lo hacía a velocidades supersónicas, a veces un libro por noche. Primera observación: ser lector compulsivo no garantiza que no te entren ganas de organizar el Holocausto. Niestzche decía que el mucho leer embota, y también que hay gente que lee para no pensar.
Segunda observación: leer sólo es leer de verdad cuando la lectura no confirma, sino que desmiente nuestras ideas, cuando nos convierte en otro, cuando no nos mete, sino que nos saca de nuestras casillas.
Tercera observación: lo que cuenta no es leer mucho, sino leer bien, es decir, leer a la velocidad que exige el libro, que casi siempre es lenta; lo que no se lee por placer casi nunca merece la pena leerse. Es inevitable recordar el chiste de Woody Allen, quien aseguraba haber leído Guerra y paz siguiendo el método Kennedy de lectura rápida: “Funcionó”, dice Allen. “Leí la novela en un par de hora; va de Rusia”.