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jueves, 26 de septiembre de 2024

Efemérides taurinas. Tal día como hoy, en 1984, muere el torero "Paquirri".

 

1984: cuarenta años sin Paquirri en el año de Orwell



Se cumplen cuarenta años de una de las muertes icónicas de la historia de España, la de Francisco Rivera ‘Paquirri’, después de sufrir una brutal cogida en la plaza de toros de Pozoblanco (Córdoba) el 26 de septiembre de 1984. La muerte de esta figura del toreo dejó una estela mediática de tamaño no conocido hasta entonces, que derivó en un uso indecoroso, obsceno en lo humano y vergonzoso en lo económico. Nunca una muerte había sido usada tan descarnadamente para lograr audiencia y dinero. La estela de comercialidad morbosa no ha permitido calibrar de forma cabal la muerte trágica de Paquirri. Es momento de ubicar suceso, personaje y hombre, buscando sin contaminación algún sosiego para deletrear al torero más dueño del corazón del pueblo español después de El Cordobés, al torero que multiplicó la presencia en medios tras la estela de Luis Miguel y a un torero símbolo de lo que significa ser gente desde la nada. Es decir, ya es hora de ubicar a Paquirri como un grande entre los grandes.

El mundo decide las coincidencias, o disidencias en versión de los creyentes. Eligiendo uno u otro término, sucedió la muerte en 1984, un año magnificado para la eternidad por la obra cumbre de George Orwell (Nineteen Eighty-Four) que describe justo lo que, ahora, cuarenta años después del suceso de Pozoblanco, vive este país llamado España. “1984” es una de las obras más vendidas e influyente de todos los tiempos porque la politología y la sociología coincide que vivimos hoy justo aquello que denunció Orwell hace 75 años: una sociedad española donde el totalitarismo, las libertades, la vigilancia al ciudadano y el uso represivo de las instituciones del estado por parte del actual presidente del gobierno (en la novela de Orwell el personaje Gran Hermano). Leer hoy la novela es leer una perfecta descripción de España.

La muerte de Paquirri en 1984 habría de tomarse como una elección nada caprichosa del destino. España era un país tan irreconocible como desconocido para la actual generación del boom de aficionados jóvenes que hoy acuden a los toros, fruto del impulso de Las Ventas. En esa década, también Madrid con su “movida” de los 80, había logrado un auge del toreo basado en una tolerancia transversal de todos los políticos, un concepto casi nocturno de la libertad (bares, lugares de encuentro, conciertos,… y lugares para hablar de toros) y una propuesta de caminos culturales que, en el toreo, se trató de una oferta donde coincidían maestros de los 70 como Capea o Manzanares, la popularización de un arte casi invisible, el de Antoñete, propuestas iconoclastas como la de Ojeda,… todo ello a rebufo de la popularidad de un hombre que aún marcaba el compás social: Paquirri.

Francisco Rivera ‘Paquirri’, un torero y un hombre que lo había conseguido todo…

En 1984, menos de una década de democracia en España, se usaba la libertad a trompicones, sin ritmo. Una libertad vivida a borbotones en la que el toreo, símbolo de ritmo y temple, tenía que ubicarse. Extramuros, el toreo era un espectáculo denostado por franquista al que algunos le auguraban escaso porvenir en democracia. Por dentro, el fraude como narrativa en contra de las figuras. En el campo ya estaba instaurado el cambio genético hacia el toro más grande de la historia que hubieron de torear toreros que aprendieron el oficio/arte del toreo con un toro con la mitad de volumen y el doble de movilidad. En lo social, ETA coincidía con los GAL, Motorola fabricaba lo que pudo intuirse como el actual smartphone. En 1984 nacieron personajes que cambiarían el mundo de forma radical como Marck Zuckerberg, símbolo histórico de un mundo nuevo en el que el toreo parecía no tener cabida por anacrónico.

Paquirri, nacido en el sur del sur, hijo de la posguerra, se abrió camino a base de esa cosa que tienen los gigantes (fe y más fe, afición y más afición, necesidad y más necesidad) logrando hacerse un hueco entre los grandes de los años 60, entre Camino, Puerta o El Viti, para eclosionar con la fuerza de un ciclón en la década de los años 70 y mandar en el toreo. Fue un torero para todos los públicos, practicando el toreo total que no ningunea tercio alguno de la lidia, abarcando todo instante, incluso los tiempos muertos de un festejo. Un toreo tan a borbotones como capaz y poderoso, algo que abrazaron los públicos y no tanto el llamado aficionado al llamado buen toreo. Como toda gran figura, fue pararrayos de críticas que no le detuvieron al torear avalado, entre otros éxitos, por seis salidas en hombros por la Puerta Grande de Las Ventas.

‘Psicológicamente fue uno de los sucesos más agitadores en el interior de España. De una parte, resultaba que en el toreo se moría de verdad. Pero, además, resultaba que se moría el símbolo de la grandeza y de lo indestructible. Casi un mito popular’.

Tras la libertad de prensa con la democracia, en España eclosionaron los grupos empresariales de medios de tal forma que la sociedad española pasó a ser consumista de contenidos. Paquirri fue el objetivo de los medios como ningún otro torero de sus coetáneos, relevando de alguna forma a Luis Miguel y a El Cordobés. Con la diferencia que los medios escasos de esas épocas dieron un trato igualitario en positivo a los dos monstruos, mientras que Paquirri comenzó a ser sujeto de uso había cuenta su popularidad.

Poco antes de su muerte, lo había logrado todo. Una familia de genealogía y humanidad impecables, hacerse rico por derecho, respetado por los toreros y por el público y con una proyección popular que, sin duda, le animó a seguir toreando. En un contexto social que comenzaba a interrogarse sobre el toreo y su futuro, sobre la verdad en medio de denuncias de tanto fraude. El toreo tenía el déficit de su propia verdad y le faltaba, sobre todo fuera de la Madrid y su “movida”, sucesos de peso que los relanzaran como espectáculo de futuro. Ayudaba poco el descenso de festejos a causa de la gran crisis económica: España pasó del 1% de tasa de paro en 1980 al 21,7% en 1984. El toreo corría peligro en muchos frentes.

Fue un torero para todos los públicos, practicando el toreo total que no ningunea tercio alguno de la lidia, abarcando todo instante, incluso los tiempos muertos de un festejo. Un toreo tan a borbotones como capaz y poderoso, algo que abrazaron los públicos y no tanto el llamado aficionado al llamado buen toreo.

Si el destino debía de ofrecer un tributo para hacer más y mejor creíble al toreo en una década de cambios y de futuros inciertos, no podía haber elegido mejor. De hecho, en apenas 11 meses, las coincidencias o las disidencias hicieron que el toreo perdiera al veterano más popular, símbolo del poder y el dominio, la figura que lo había logrado todo, y al joven más esperanzador cuyas virtudes le pronosticaban un futuro inmejorable: Yiyo. La muerte de Paquirri sorprendió y convulsionó a un país en horas bajas económicas, en agitación social laboral y con una incertidumbre sobre su futuro.

Psicológicamente fue uno de los sucesos más agitadores en el interior de España. De una parte, resultaba que en el toreo se moría de verdad. Pero, además, resultaba que se moría el símbolo de la grandeza y de lo indestructible. Casi un mito popular. Las imágenes de la enfermería, con el torero poniendo calma al miedo del momento, dieron la vuelta al mundo. El gesto humano de entereza traspasó hasta los corazones menos afectivos al toreo. Nunca una muerte dio tanto a los suyos ni un instante colocó al torero como un ser distinguido y casi señorial en la puerta del drama. Los tiempos que siguieron a la muerte de Francisco Rivera fueron tiempos en los que el crédito y la admiración por los de luces cotizó de nuevo en bolsa y al alza. El toreo tenía eso que tiene la vida y que ha contado siempre el arte, la literatura y la poesía: la posibilidad del último amanecer, por muy hermoso que sea e inmortal que parezca.

En día que nació Paquirri, el 5 de marzo de 1948, George Orwell estaba terminando de escribir su novela “1984” (Nineteen Eighty-Four), que se publicaría al año siguiente y que había comenzado a escribir un año antes. Otra especie de coincidencia: el nacimiento de alguien que aportaría su vida para dar vida y mejorar social y humanamente al toreo y el nacimiento de una reflexión escrita tótem para el ser humano. «1984» y Paquirri son las dos caras de una moneda entregada con generosidad. Hoy, 40 años después, el toreo sigue viviendo en ese alambre debajo del cual no hay red. Y la sociedad de España pasa por unos tiempos de escasa calidad en libertades y en autoestima. Necesitamos aún de más Paquirris y más Orwells.

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