De inocentes, santos y la “Fiesta de los locos” que es el toreo
Editorial del sábado 28 de diciembre de 2024, de Mundotoro
Hay días del año en los que está permitida la jocosidad, la burla, la broma de un tono u otro. El día de los (Santos) Inocentes, cualquier 28 de diciembre de cualquier año. Una tradición que amplía nuestra tendencia al llamado meme y al sacarle punta irónica a todo, algo que tan bien se nos da. Una especie de creatividad a la contra, de deconstrucción de lo que alguien construye, muy propio de la crítica que consiste en decir lo malo que es algo o alguien sin tener más argumentos que vivir a la contra de alguien o algo. Por ejemplo, gobierno y oposición. Por ejemplo, lo que hace novedoso Plaza 1 y los haters de redes, que viven a la espera de lo que haga para decir lo mal que lo hacen.
Hoy está permitido todo en este día que mezcla lo sacro (Dia de los Santos Inocentes para recordar que Herodes mandó matar a los recién nacidos en Belén) con lo pagano (las burlas y desenfrenos que el pueblo hacía en la Edad Media hacia el poder de la Iglesia). Es decir, que medio mundo hoy hace compatible lo incompatible: recordar lo sacro navideño de la aberración de Herodes y, al tiempo, lo pagano y opuesto que consiste en a criticar a lo sacro. La Fiesta de Locos se llamaba en Francia.
La regla era sacar a la luz todo lo opuesto a lo que normalmente se conocía: usar la izquierda en lugar de la derecha, dormir de día y festejar de noche, las mujeres iban vestidas de hombres y estos de mujeres, especialmente los miembros del clero, sacerdotes, diáconos, monaguillos, todos los personajes que constituían el bajo clero eran los protagonistas principales. Se trataba de elegir a uno de ellos, el que hiciese la mueca más ridícula u obscena para ser el “Papa de los locos”. Se comía, se jugaba y se hacía de todo en el altar. El alcohol, la comida y la depravación llevaban al paroxismo. Cualquier “loco” del grupo personificaba al Papa profanando su discurso. Se trataba de ir en contra del poder establecido.
Morante hace el toreo inocente por puro. Ortega hace el torero inocente por desproteger el cuerpo. Talavante lo hace inocente y loco por desclasificado
El toreo no deja de ser una Fiesta de los Locos y, al mismo tiempo, una fiesta de Inocentes. El toreo es esencialmente la inocencia del arte (nada más puro que un inocente) que juega y se la juega en una fiesta conformada por locos. Niños y locos: paradigma de la inocencia. Hay que estar loco para ser torero y no hay que perder la inocencia del niño para ser torero. Luego podremos hablar de oficio, de valor, de lo que sea. No hay nada más valiente que un niño soñando con ser pirata o aventurero o héroe. Un loco ve la realidad sin más defensa que su mirada.
La inocencia de cierta clase de toreo es innata al arte. Morante hace el toreo inocente por puro. Ortega hace el torero inocente por desproteger el cuerpo. Talavante lo hace inocente y loco por desclasificado. El toreo es un mundo de locos que no necesita siquiatras normativos, sino que va en contra de ellos. Pero, además, la inocencia y/o la locura es la rebeldía, ese punto de estar fuera de todo sistema, de hacer lo que está prohibido, lo que está mal visto. El toreo es lo único rebelde que nos queda en una sociedad adocenada, subvencionada, vulgar, que se cree creativa y hasta rebelde escondiendo sus oposiciones vulgares, estériles y reiteradas desde su quehacer chistoso o a la contra en redes sociales.
Al toreo le falta quitarle tanto semáforo, tanto ya sabido, tanto orden y escolástica
El toreo es liturgia (lo sacro) y es fiesta (lo pagano). Hecho con inocencia (lo que decimos erróneamente pureza o verdad). Que significa hecho con una rebeldía de siglos frente a quienes han intentado que el ser humano entre en la manga del arte subvencionado, sin sangre, sin dolor, sin risa, sin alegría… un arte que no sorprenda y que ya se sepa. Eso es lo que ha de conservar el toreo: que nadie sepa por delante, que el toreo no sea sabido por delante. Ese toreo físico, de entreno físico, el que vive protegido por el físico entrenado, el que anima a ponerse y quitarse sin probar antes el ponerse y quedarse. Ese toreo donde la técnica tenga menos presencia que la improvisación.
Es el toreo de la Fiesta de los locos, de los inocentes. A ese toreo hay que regresar y poner rumbo. Al toreo rebelde, que le cambia el paso a una sociedad sabida y domada. Al toreo del ganadero que tiene la pinza ida, al del empresario que mueve ficha y se sale de lo ordenado, al toreo de los toreros de compás distinto… Al toreo que busca ordenar el caos. Al toreo le falta quitarle tanto semáforo, tanto ya sabido, tanto orden y escolástica. Somos la Fiesta de los Locos.
La gente de la cultura exige la intervención del Estado, la subvención, lo que alimenta la política estatal y la legitima. La cultura pierde así su función renovadora, tanto como su calidad porque su finalidad es agradar al poder político que la financia, y viceversa.
De esta manera, la cultura se pone al servicio de un bien común que es determinado por los políticos que la subvencionan. Así, el político y la persona de la cultura funcionan en el mismo sentido: la ingeniería social, el control de los comportamientos, la uniformidad, el establecimiento de la moral, y, al tiempo, el derribo de los obstáculos a la hegemonía de un paradigma político.
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