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Sabía que este tema era realtivamente controvertido para un relato, por eso quiero introducir estas reflexiones.
En el mundo antiguo la única enfermedad mental era la locura, y con ella se catalogaba a cualquier infeliz lo suficientemente atípico como para que sus vecinos quisieran encerrarlo. Los estragos psicológicos que causaban las calamidades y miserias se consideraban padecimientos del espíritu, y la ciencia nada ofrecía para solucionarlos. Tardamos mucho en darnos cuenta de la utilidad de clasificar muchos de nuestros comportamientos como patológicos.
Dicen que vivimos en el siglo de la enfermedad mental, pero más bien vivimos en el siglo de su explotación masiva. Hemos descubierto que nos vienen bien, que nos son útiles más allá de su función curativa. El diagnóstico de tu salud mental puede decidir si vas a la cárcel o no por cometer un crimen; si te mereces una baja laboral, una indemnización, la custodia de tus hijos, cambiar tus últimas voluntades, un puesto de responsabilidad o una educación especial. El Sistema las asume como criterio determinante para decidir sobre tu destino.
Últimamente observo en estos "relatos jueveros" una tendencia hacia el ensayo, el artículo periodístico y el didactismo, todo esto está muy bien pero en mi caso prefiero hacerlo desde la perpectiva de la ficción litararia, así pues muchas veces el contenido no tiene que ver con la realidad, o supuesta realidad, del tema propuesto. Es ficción y como tal se debe de tomar.
Esto ocurre en el tema de hoy. Ni tengo conocimientos médicos, si psiquiátricos para saber ni de lejos que siente un paciente afectado por una enfermedad mental que, además, son de tan variada tipología que sería imposible hacerlo de manera genérica, si acaso, en mi relato se puede mostrar el sentir -siempre desde la ficción literaria, repito- de mi enfermedad mental: la misantropía.
Esto pequeño de aquí abajo es el relato en sí:
Ahí dentro.
Abandonar la complicidad con los demás. No ser un rico ni un pobre, un hombre, una mujer, un ciudadano de tal ciudad, un pasajero de tal barco, un colega, un hermano.
Busco un lugar, un recoveco donde poder guardar promesas, donde posar la ilusión de las miradas perdidas y los fracasos de las noches interminables.
Tantos años de luna. Ruinas de sueños antiguos. Un corazón de vida en un paisaje de naturaleza muerta.