El Juli, vergonzosa Puerta Grande en su despedida de Madrid
El madrileño corta dos orejas de ínfimo peso ante una birriosa mansada de Puerto de San Lorenzo
Las dos orejas que cortó El Juli al toro de su despedida de Madrid resumen perfectamente, no solo la carrera del madrileño, sino el estado actual de la fiesta de los toros. Un espectáculo que ha perdido, casi por completo, su razón de ser. Una fiesta, convertida en la de los toreros, donde la exigencia y la verdad ya no tienen cabida.
La faena y triunfo de Julián fueron un fiel reflejo de su trayectoria: muletazos perfileros, sin gracia ni hondura alguna, ejecutados a un torito de escaso trapío, tan noble como blando, y rematados con un eficaz julipié. Para los que no lo sepan, por julipié se conoce popularmente a la peculiar forma de entrar a matar de El Juli. Peculiar e infame, cabría añadir.
Una vez más, en ambos turnos, Julián le tapó la vista al toro con la muleta a modo de pantalla, se salió de la suerte, pegó un salto y metió la espada en los blandos. Si no sabe qué hacer en esta su nueva vida alejado de los ruedos, bien podría ponerse a competir en la disciplina olímpica de salto de pértiga. Ahí también podría ocupar un sitio de honor.
No importó esta cuestionable forma de ejecutar la suerte suprema; tampoco la más que dudosa colocación de la espada; ni, por supuesto, el que la suya fuera una faena de lo más ordinaria; era su última tarde en Madrid y había que sacarlo a hombros, sí o sí.
Pese a que nunca fue “torero de Madrid” -más bien, lo contrario-, la plaza se llenó de ese nuevo público desconocedor y triunfalista que acude en masa a aplaudirlo todo, celebrar las estocadas como si de goles de su equipo se trataran y a pedir las orejas a la mínima ocasión.
Se quedaron con las ganas de regalarle una en el segundo, un toro tan noble, mansito y blando como los demás, frente al que Julián anduvo bullidor y perfilero, incapaz de lograr la ligazón; pero se desquitaron en el quinto, igualmente noble y deseoso de marcharse a tablas.
Fue esa una labor de tono medio en la que destacó un largo y profundo cambio de mano, jaleado de forma sobrehumana. Como en el otro, El Juli sólo se cruzó tímidamente y se puso de frente al final, cuando su oponente ya llevaba un rato pidiendo la muerte.
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