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miércoles, 17 de febrero de 2021

Ligeros libertinajes sabáticos. Mercedes Abad

 


La duquesa Pámfila de Castis era una de esas aves que tanto escasean y pasará sin duda alguna a la Historia como una mujer exquisitamente original, única y asombrosa por el ingenio que invirtió en la noble actividad de pasmar a cuantos la rodeaban. A pesar de haber sobrepasado ya la temible barrera de los cuarenta años, Pámfila no había perdido un ápice de su proverbial belleza; sabía además –porque su mente funcionaba tan bien como sus sentidos y sus encantos físicos- que no basta la hermosura del cuerpo para encandilar a un amante y obnubilarle la razón. Cultivó por ello su mente y aguzó pérfidamente el ingenio, arma a menudo más eficaz que unas buenas proporciones pectorales. Una larga experiencia corroboraba su conocimiento intuitivo de las leyes cambiantes y las tretas del amor.

Serafín, el cocinero de la duquesa, fiel servidor de la casa desde hacía mucho tiempo, y una trayectoria gastronómica jalonada de un sinfín de aciertos y sorpresas, se había convertido, con el paso de los años, en un elemento imprescindible en la estrategia de seducción de Pámfila de Castis. La duquesa prestaba una atención desmedida a la composición de los manjares con los que agasajaba a sus amantes, puesto que abrigaba la firme convicción de que un festín exquisito, estéticamente bien urdido y sutilmente afrodisíaco, tiene el mágico poder de ocultar las arrugas de la anfitriona. Cuando Pámfila dejaba de amar a un hombre, o simplemente se hartaba de él, su acta de divorcio era terriblemente original: ese día, en lugar de invitar al amante en cuestión a degustar delicados manjares, ordenaba a Serafín que preparara un tosco puré de patatas y una butifarra descuidadamente cocinada. Como semejante extravagancia se había convertido ya en una sólida tradición, que cotilleo s y amantes despechados habían difundido ampliamente, ningún hombre se llamaba a engaño cuando se encontraba ante la temida butifarra.

Muchos de ellos ni siquiera probaban aquella fatídica comida y, silenciosos y cabizbajos, se alejaban de Pámfila, una mujer extraordinariamente original. Pero, por fortuna, las cosas no siempre se ajustaron a la rutina; un buen día, uno de los hombres despechados por vía de la comida significativa tuvo la feliz ocurrencia de propulsar butifarra y puré contra el rostro de Pámfila, quien, en lugar de enfurecerse y expulsarlo de su hogar, sonrió divertida ante tamaña osadía, se reconcilió inmediatamente con él y llamó a Serafín para que preparara una crema de cangrejos a la parisienne, lenguados al champagne y delicados hojaldres rellenos de frutas exóticas, todo ello acompañado con los mejores vinos y licores.

14 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Con este libro de relatos breves ganó la autora el Premio Sonrisa Vertical en 1986.

      Besos.

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  2. Esto indica que a las mujeres nos gustan los hombres con personalidad. Todo en su justa medida. La anécdota está genial. Un besico Pitt.

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  3. Cuando un menú con butifarra se convierte en un instrumento, la razón y la pasión decaen.
    Salud.
    Francesc Cornadó

    Nota. El comentario anterior lo he eliminado porque faltaba una coma.

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  4. Una anécdota muy divertida.
    Cuando dicen: que la comida entra por los ojos y al hombre se le conquista por el estómago. Por algo será :-)
    Saludos.

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  5. La butifarra siempre ha tenido mala prensa, no me extraña.
    Salut

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    1. Quien sabe si la palabras "farra", como juerga, no viene de butifarra.

      Salud.

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  6. Muy chulo el cuento Pitt. Ellla muy intuitiva cuando algo mal va, cambia de parecer y vuelve hacer carantoñas al hombre con la comida. Dos lobos hambrientos de placer que hacen lo imposible por no romper el juego amoroso. Dos caracteres iguales que ninguno de ellos se achantó.
    Abrazos

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  7. Qué listo era el amante Pitt. A eso lo llamo yo dar un giro de tuerca, ja ja. Hubiese sido fantástico, que también le hubiese arrojoado los exquisitos manjares y se hubiese ido en busca de otra amante menos "original", ja ja. Besos :D

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