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martes, 22 de noviembre de 2011
Las chicas del viernes
Lo verdaderamente ridículo era tener ridículo, pero yo eso no lo sabía. Así que no bailé, ni intercambié una sola palabra con ellas, con esas chicas del viernes. Me acodé en la barra, soltero para siempre, con las piernas embutidas en aquel par de rígidos tubos azules, sorprendido en una pose estudiadamente famélica, infeliz, pero sin pasarse, trasegando una jarra de cerveza mientras oigo sus risas alejándose, llevándose el sol con ellas, cada vez más remotas, más rubias, más cervezas, me bebí la soledad de un trago. La soledad me sorbió. Y hasta ahora. No duele. Solo queda el espectro de un pequeño arco ojival de espuma en el mostrador. Se limpia sin esfuerzo con un paño, así. Ya está. No deja huella. Y tiempo después me enteré de que una de ellas se mató en un accidente de tráfico. Y a las demás no volví a verlas nunca. Y eso fue todo.
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Buen relato corto. Que no necesita más ni menos para reconfortartew la noche de un viernes y cuando alguna chica se te escapa porque ni siquiera haces el intento de ir a por ella y envidias lo que no sabes si se ha de envidiar.
ResponderEliminarPor cierto, impactante la foto de la anterior foto. Yo siempre tomo te verde pero no con Gin Seng.
Yo a veces tomo te verde, otras gin, y otras ni lo seng.
ResponderEliminarGracias por tus visitas y comentarios.
La vida es bella.
Excelente microrrelato. Acaba de aumentar varios puntos en la escala Chomsky-Palomeque mi admiración por tí.
ResponderEliminarLa vida es siempre un interrogante, nunca sabes cómo van a acabar las cosas.
ResponderEliminarUn minuto más o dos, quizás si se hubiesen tomado otra...Todo hubiera cambiado.
Somos tan poca cosa.
Un abrazo.
Que tragedión tan bueno... TE ha quedado ¡super! Besos.
ResponderEliminarExcelente reflexión, Una decisión, un instante, lo cambian todo, y a veces pasamos medio siglo iguales.
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