Actualmente el término egoísmo es despectivo,
peyorativo. El egoísta es malo porque piensa primero en sí mismo y después -si
es que lo hace- en los demás. La moral tradicional y la mayoría de las religiones
estiman que hay mayor bondad en poner por delante los intereses de los demás,
cuidando unos de los otros.
No obstante, ¿es el
egoísmo malo? Mirémoslo un poco más de cerca, por si acaso no sea tal. Ayn
Rand, filósofa que pasó a la fama principalmente por dos de sus novelas El
Manantial (1943) y La rebelión de Atlas (1957), y su filosofía en ellas
explicada (el objetivismo), hizo del egoísmo el centro de la vida virtuosa.
Contra viento y marea, el objetivismo estima que solo el egoísmo es
verdaderamente moral, natural y capaz de brindar al ser humano la felicidad en
vida. Para empezar, la moral tradicional que antepone a terceros a uno mismo es
digna de un esclavo: no puede ser moral el hecho de cargar a los demás con el
peso y la responsabilidad de nuestra vida. Del mismo modo que es inaceptable
que estos carguen en nuestras espaldas la suya. Podemos ayudar, por supuesto,
pero no por obligación, sino por que así lo deseamos. Nuestra responsabilidad,
nuestra tarea, debe ser cuidar y sacar lo mejor de nuestra existencia por
nosotros mismos. Debemos ser responsables de nuestra vida, de nuestros errores
y, por supuesto, debemos estar orgullosos de nuestros aciertos.
Egoísmo no
significa que debamos pisar al de al lado para triunfar. Significa no dar por
hecho su ayuda para hacerlo. Tampoco abandonar a su suerte al otro, sino
prestarnos porque queremos hacerlo, no porque es lo que dicta la norma
sociocultural.
En esencia,
significa admitir que la vida es nuestro equipaje y nadie tiene por qué
llevárnoslo. Que es bueno tener la autoestima alta por ser buenos amigos,
buenos profesionales, buenas personas. Que no tienes derecho a solicitarle a
nadie que te haga feliz, porque eres tú, exclusivamente, quien debe alcanzar
esa meta. Y eso, ciertamente, no parece algo malo. Le pese a quien le pese.