Los toros de la libertad ponen en relación la historia de España, la gran historia, con los sucesos taurómacos que a la par que se desarrollaba uno de los más cruentos y violentos aconteceres de nuestro pasado, iban desarrollándose, como un hecho más de la cotidianeidad, en los más variados parajes de la geografía peninsular.
El festejo taurino moderno ya se hallaba plenamente instaurado durante el siglo XVIII en nuestra concepción del ocio, no por algo nos venía acompañando desde hacía casi ocho siglos -aunque con otras formas- que conozcamos. No era fácil desarraigarlo del propio sentir y ser del pueblo español. Igual que nuestro autor entrevera las noticias de toros con el devenir político y militar de aquellos años, el festejo taurino se hallaba presente en cualquier manifestación de los españoles de la época; se hallaba en sus conversaciones, en su forma de hablar, en su forma de actuar, se hallaba en lo que obligadamente habría de ser mostrado a cuantos extranjeros pisaran suelo español, en su misma forma de entender la vida... y la muerte. Esa muerte siempre presente en el festejo, y a la que se le burla cada tarde, de la que se ríe el campesino y el hacendado, el noble y el plebeyo, el docto y el analfabeto, el hombre y la mujer del ochocientos.
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