28/05/2020
«Ayer, sobre las siete y media de la
tarde, entregó
su alma a Dios el más genial de los toreros habidos». Así
se leía en ABC el 26 de mayo de 1960. Había muerto Rafael el Gallo . Rodeado de «sus hermanas Trini y Lola, la señora de
José Ignacio Sánchez Mejías y las hijas de este».
La parca llegaba «contra todo pronóstico
médico», pues cuentan que el torero había experimentado una mejoría y los
últimos análisis eran esperanzadores, pero el Gallo apenas comía... Aquel 25 de mayo de hace sesenta años se acababa
la vida del singular torero, pero no su eterna leyenda.
Tan pintoresca fue su trayectoria como su propio
nacimiento. Único hasta para eso, pues vino al mundo a las doce de la noche del ¿17? ¿18? de julio de 1882 y no todos se ponen de
acuerdo en su fecha de nacimiento. Vio la luz en la calle de la Greda, la
actual de los Madrazo, de manera circunstancial, pues su familia vivía en
Sevilla. Pero su padre, Fernando
el Gallo , estaba anunciado en el abono de Madrid,
junto a Lagartijo y Frascuelo, y en aquella época «los toreros contratados no
podían desplazarse a provincias sin la previa autorización de la empresa».
Precisamente, el entonces empresario de Madrid, Rafael Menéndez de Vega, fue el
padrino de su bautismo, en la parroquia de San Sebastián.
Su sangre torera, por los cuatro costados, hervía ya desde la cuna que mecía la «señá»
Gabriela. Con nueve años se las vio con una becerra de Pérez de la Concha, que lo pisó y cayó a la arena. Cuentan que cuando su
padre lo recogió en brazos le dijo: «Un buen torero nunca llora de miedo» , a lo que el niño replicó: «Yo no lloro por eso. Es
que me da vergüenza».
Con trece años banderilleó un toro de
manera formidable en Alcalá del Río y formó parte de la cuadrilla de los niños sevillanos. Tomó la alternativa en 1902 en la Maestranza, de
manos de Bombita, y la confirmó en 1904 con «Barbero», del duque de Veragua.
Siete años después se casó con Pastora Imperio.
Fantástico conversador y muy aficionado al campo y al caballo, su «mayor vicio»
era fumar los cigarros
de Vuelta-Abajo.
Entre sus faenas, se recuerdan las
de «Jerezano» o «Peluquero»,
al que cortó su primera oreja en Madrid. Con tardes de luces y sombras, nunca
dejó indiferente a nadie. «En el toreo a una mano no tuvo rival», se asegura en
el «Diccionario
de Toreros» de Espasa. Destacaba también su gracia en
banderillas, sus bellas
inspiraciones en la muleta, «sus adornos, improvisación
siempre, variadísimos, artísticos, del mejor gusto...»
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