La música callada del toreo
La música callada de Bergamín
Por Enrique Vila-Matas
Decía Jules Renard que la justicia existe, pero la imparte un bromista. Viene esto a cuento al observar el tratamiento cicatero que se da a la obra de José Bergamín en España. Como escribe González Troyano, “el paso de los años no ha estabilizado la figura literaria de Bergamín, sus obras continúan desprendiendo un cierto aire de escritor incómodo y evasivo ante los intentos mejor intencionados de catalogarlo”. Mientras sus compañeros de generación han sido ya sometidos y diseccionados e incorporados al panteón nacional de los ilustres, Bergamín o, mejor dicho, su inclasificable obra presencia día tras día cómo las autoridades culturales españolas, autoridades bien bromistas, siguen sin hacerle justicia.
Tal vez sea mejor para él y para la “risa de su esqueleto”. Pero en cualquier caso no deja de ser revelador y asombroso que no se le haga ninguna justicia en lo que se refiere, por ejemplo, a su poesía, que se diría que nunca existió y, sin embargo, en cualquier país con un cierto sentido común ocuparía el lugar que merece y, es más, andaría por los cuernos de la luna.
Al destino de la obra de Bergamín en España se le podría aplicar uno de los aforismos de este escritor —”maestro del aforismo/ que gota a gota derramas”, le escribió Alfonso Reyes—, de este hombre que navegó siempre contracorriente, que nunca se asentó y fue eterno exiliado, esqueleto él mismo de todas las paradojas del mundo, siempre buscando las raíces “en una forma subterránea del aéreo irse por las ramas” o por las ventanas: “De casi todos los sitios en que se entra fácilmente por la puerta, se suele salir por la ventana”. Yo veo ecos, en este aforismo del fundador en 1939 en México de la editorial Séneca, de otro aforismo más antiguo, escrito por el mismísimo Séneca: “La cosa mejor que ha hecho la ley eterna es que, habiéndonos dado una sola entrada a la vida, nos ha procurado miles de salidas”.
Parafraseando a Lope de Vega puede decirse que el gran y frágil Bergamín las artes hizo mágicas volando. Las artes mágicas del vuelo por la ventana: el cante, el baile, las corridas de toros españolas, como el toque de improvisación que acompaña al que canta hondo, las artes mágicas del vuelo. Esas artes, decía Bergamín, “sin huella o trazo literal que señalen su ruta para repetirse”. Sólo cuando volvía a exiliarse, Bergamín se repetía. Pero su arte no participaba de la repetición, quedan de él las huellas o los trazos literales, y eso dificulta a los que intentan atraparlo. De Bergamín son estos versos inéditos que publico la revista Archipiélago: “Somos los herederos de un lenguaje,/ tan lejano en el tiempo,/ que se pierde en oscura lejanía/ como una voz sin cuerpo”.
Como una voz sin cuerpo le ve Giorgio Agamben que se pregunta cuál fue en realidad el estatuto del yo poético en el autor de La música callada del toreo. Y dice Agamben que Bergamín supo plantear alguna de las preguntas fundamentales sobre la cuestión del quién. Y que las figuras del fantasma y del esqueleto fueron las únicas respuestas que encontró aceptables. “Sólo soy una sombra”, solía decir Bergamín, que convirtió su nombre propio en un seudónimo, inventando, en palabras de Agamben, la “seudonimia al cubo, o mejor dicho, a la enésima potencia”, pues siempre quiso “sucederse a sí mismo” a lo largo de su obra aérea. Es de desear un homenaje y un reconocimiento que contribuya a mover algo en las cosas en torno a la obra de Bergamín, aunque —no nos hagamos ilusiones— la justicia literaria española van a seguir impartiéndola los bromistas. Claro que para bromistas se basta y sobra el propio Bergamín, que les decía a sus amigos: “Cuando yo me muera, no me recordéis”
Añadamos aquí la música de Frederic Mompou "música callada" o "sotilegis", absolutamente recomendable.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya lo creo, esa música de cierta abstracción, tan de tu gusto refinado. Título de ese verso “…la música callada, la soledad sonora…” del Cántico Espiritual, de San Juan de la Cruz.
ResponderEliminarUn abrazo.