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miércoles, 26 de abril de 2023

Morante, Puerta del Príncipe. El día que se acabó el mundo pero sin acabarse del tó. Por Mundotoro.

El día que se acabó el mundo pero sin acabarse del tó

Mundotoro



 Lo de Sevilla de este miércoles, que es ya el único miércoles de todos los calendarios, no es historia del toreo sino historia del mundo mundial. Ya se puede acabar el mundo mañana mismo que lo bailao no nos lo quita nadie. Porque cuando se extinga en mundo por gastaito o por hecatombe de estupidez, la última voz humana que se escuche entre el quejío roto de sus viejos huesos, serán esos olés desgarrados, locos, acompasados, apasionados, olés salidos de la garganta del alma de esas miles de personas que estaban contemplando la creación del mundo el día que se debía de acabar. Porque luego de este seísmo de toreo de Morante si no se acaba el mundo es que es no se acaba nunca. O es que Morante no quiere que se acabe del .

Todos los restos del naufragio del toreo, olvidados en cada orilla de cada época, los rescató Morante. Uno a uno. Todos los barcos que navegaron por el toreo sobre las piernas, sobre los brazos, todas las suertes y estilos fosilizados en las orillas del olvido. Para hacer, pieza a pieza, alamar a alamar, lo que el toreo jamás ha sido. Porque estamos viendo al más único y mejor de la historia del toreo.

José Antonio es José. Membresía de Gallito. Y es Belmonte y es toro y es vaca y es todo lo que roza al toreo. Es lo que nunca antes fue posible, porque no estaba Morante. Es poner a compás, verdad y engaño, desgarro y seda, alma rota y caricia. Olvidar el cuerpo para dar protagonismo al alma. Eso sólo es posible con la torería natural, libre de escuelas, alimentada con el sueño incompleto de todos los toreros olvidados en cada naufragio de la historia. Nunca antes fue posible, y después, intuyo que tampoco.

Todas las artes se entrenan pero no se aprenden entrenando. Todas se ven, se oyen y se tocan y hasta se huelen. Se entrenan de día pero se hace arte de noche. El toreo, como el cante, también es de noche. Es de ver y de escuchar. Y es para adelante, pero desde atrás, porque el humo del cigarro siempre te llevaba a su querencia: un lugar interminable en donde alguien había hecho un suceso de leyenda. Que si fulano le hizo así a uno de santacoloma, que si mengano hizo lo otro a uno de núñez, que si no cabía un alma, que si se acabó el agua en el quinto toro y se bebieron la fuente…

La evolución del toreo se desprendió de su memoria, lo que hay en la foto alrededor del personaje. La gente. Al mismo tiempo, el toreo se entrena mucho y se hace escuela o fábrica quizá porque se cría un toro entrenado para el toreo entrenado. Una especie de círculo que deriva en la excelsa monotonía de un tercio de muleta recién planchado. Eliminamos el folklore, olor, color, para que no nos llamaran arcaicos o rancios. O catetos cavernícolas. Sacamos nuestras raíces de la tierra para ser un esqueje metido en un tarro con agua. Pero ¿quién quiere vivir dentro de un jarrón con agua?

El toreo es el perfecto matrimonio entre incompatibles. De una parte, el toreo no puede ser predecible o sabido, sino inspiración del momento. Y, al mismo tiempo, es un arte con suertes artísticas ya inventadas. Como en la pintura, donde el pincel tiene la edad de los siglos, pero lo acuna el alma de un artista diferente. El lance a la verónica tiene la edad del hilo negro, pero deja la posibilidad de que alguien la realice como si se acabara de inventar. Tan vieja como el tiempo viejo, pero que, a veces, hecha por alguno, parece recién inventada. Un mundo nuevo para un óle recién estrenado.

Uno de los que hace estrenar olés nuevos desde el mundo viejo, es Morante y su vieja nueva verónica o media, o su nuevo y viejo toreo a dos manos, o su molinete avejentado y de estreno, y es caminar para ir y pasa salir de las reuniones con el toro. Un toreo así, tarde o temprano se tenía que rebelar. Y toda rebelión pasa por el pueblo, por los pueblos, por el público. Lugares viejos abandonados por el toreo por los que Morante ha caminado de nuevo en 2022.

El toreo ha de portar consigo lo que es y lo que crea, el mundo al que pertenece, el mundo del que salió para durar siglos. Un toreo libre de prejuicios escolásticos, menos esclavo del tercio de muleta, más generoso en detalles toreros, de naturalidad a modo del toro y con la llamada torería que lleva la escena con el muy malo, el medio malo y el bueno. Un toreo no aprendido y que, por muy entrenado, jamás se aprenda en el entreno. Un toreo radicalmente distinto al que tenemos: que, cuanto más entreno y escuela tenga, sea menos toreo.

La escolástica insiste en aplicar el toreo entrenado a un toro “entrenado”. Una tauromaquia previsible. Liberar al toro y liberar al toreo de lo sabido es la clave. Meter el toreo ahí donde estaba, y donde estaba bien, parece ser la idea de Morante. Un torero que torea superior y que ahora mismo es un torero largo, de torería, suertes y repertorio innatos, aprendidos a la luz de brasa del puro, siguiendo las querencias que tiene el humo tras una calada bien pegada.

Lo de Sevilla de este miércoles, que es ya el único miércoles de todos los calendarios, no es historia del toreo sino historia del mundo mundial. Ya se puede acabar el mundo mañana mismo que lo bailao no nos lo quita nadie. Porque cuando se extinga en mundo por gastaito o por hecatombe de estupidez, la última voz humana que se escuche entre el quejío roto de sus viejos huesos, serán esos olés desgarrados, locos, acompasados, olés salidos de la garganta del alma de esas miles de personas que estaban contemplando la creación del mundo el día que se debía de acabar. Porque luego de este seísmo de toreo de Morante si no se acaba el mundo es que es no se acaba nunca.

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