Jerezano y el
primer victorino desorejado en Madrid
Un 27 de septiembre el torero Luis Parra sale a hombros por la puerta
grande de Las Ventas
Hablamos del año 1970. Luis Parra García 'Jerezano'.
En el cartel también
estaban José Mata y Macareno. Le toca el primer toro de la tarde; tiene los pitones
limpios y astifinos, de esos que los toreros de camelo no quieren ver ni de
lejos. Lo recibió con dos largas cambiadas de rodilla; ese primer toro no salió
malo y hubo ovación. Mata, con ambiente en Madrid, estuvo valiente en su toro,
pero éste desarrolló genio y ganó la pelea. A Macareno el tercer toro lo coge
en los lances de capote y, luego, al final de la faena le pega una cornada en
la axila, tal que, tras la estocada, lo tienen que llevar para dentro y no
vuelve a salir.
Luis pensó que en su segundo
tenía que salir a reventarlo. Se anuncia con los clarines el cuarto de la
tarde. Se va a la puerta de chiqueros; en aquella época no era normal irse a la
puerta de los chiqueros. Recibe al toro con una larga, de la que sale tan
apurado que le pisa el capote y se cae ante la cara del toro, el cual se
precipita sobre él y, con fiereza y saña, le cornea repetidas veces a placer
porque los peones están lejos y tardan en acudir. No lo mató porque Dios no
quiso. Lo llevan para la enfermería y ven que tiene gañafones por todos lados,
pero cornada grave aparente no presenta. El doctor García de la Torre le dice
que espere allí, que lo van a llevar al Sanatorio para observarlo mejor. En un
hogar de Jerez había una mujer escuchando la radio.
José Mata, después de
torear y matar al cuarto, se iba a quedar con los dos restantes, lo que era un
papelón. Luis le dice al mozo de espadas que le avise cuando vaya a entrar a
matar al quinto. “¿Cómo vas a salir?”. Estaban en Madrid y tenía que responder
a la afición. Le ajusta el traje con vendas y esparadrapos y sale. El doctor,
que lo ve en el callejón, le vocea: “estás loco, que sepas que he puesto en el
parte que te prohíbo salir y estás aquí bajo tu responsabilidad”. “Doctor,
hasta luego”. Esto es la fiesta, el gesto de la hombría, no la pamema
falsamente teatral.
Tocan los clarines para el
sexto, que según el sorteo debería ser el segundo de Macareno. Se sale Luis del
burladero y oye las palabras que dice Mata, asustado, para sí, ¿otra vez, otra
vez a la puerta de los chiqueros? Quién le iba a decir a él que poco tiempo
después un toro lo iba a matar en Ciudad Real. Se hinca de rodillas ante la
puerta de los chiqueros y el torilero, persona mayor, con el pelo blanco ya, le
dice con la mano que no abre la puerta. Luis no se mueve y así pasa un rato; se
levanta, se acerca al empleado y le grita “O me echas el toro o me derrito de
miedo” para volverse a hincarse. Al final le hizo un gesto de medio lado
diciéndole “Ahí lo llevas”. El toro salió del último chiquero del pasillo,
lejos; se veían las puntas en la oscuridad y le parecía que tardaba veinte años
en salir, de tantas ganas que tenía de terminar aquel rato por el miedo que
estaba pasando. Había un silencio aplastante. Le dio una larga cambiada y luego
con el capote tuvo suerte. Al caballo lo llevó galleando con el capote por
detrás y le pusieron dos puyazos. El tercio de banderillas fue bueno pero el
toro era muy bravo y comía. Se fue a los medios y brindó al público. Puso la
montera en los pies y el toro empezó a pasar; a cada vez adelantaba la montera
con los pies y le ganaba medio metro. En uno de los pases le arrancó media
banda de la taleguilla. Después de tres o cuatro pases por alto, le dio
distancia y lo cuajó, lo cuajó. Venía hecho, muy preparado y con ganas; no se
le podía ir ese toro. Le dio unos veinticinco pases; le pegó un estoconazo y el
toro salió rodado de los vuelos de la muleta. No había visto a Madrid más
volcado. Le dieron las dos orejas y se quedó la gente con los pañuelos pidiendo
el rabo casi dos minutos. En la vuelta al ruedo iba llorando; un periódico
tituló su crónica “Yo vi a un hombre llorar”. Hay orejas y orejas; aquéllas no
eran de lástima; es que después de lo que había pasado en el cuarto tuvo la
suerte de cuajar a ese toro. Era el primer victorino que se arrastró al
desolladero de Las Ventas sin las dos orejas; la cabeza de aquel animal se
colgó en el Museo Taurino de la plaza y allí sigue todavía.
La mujer logró conectar por
teléfono con la plaza de toros y el empleado que andaba cerca lo coge y
pregunta quién llama. “Soy la esposa de Luis Parra Jerezano y estoy informada
por la radio; por favor, dígame cómo está mi marido o si lo han llevado ya al
Sanatorio”. “Mire, señora, es cierto que entró en la enfermería pero ya salió y
ahora mismo lo están llevando a hombros y está saliendo por la Puerta Grande de
Las Ventas; así es que deje toda preocupación y aprovecho para darle la
enhorabuena”.
Después de aquella corrida ha continuado viéndose con Victorino.
Cada vez que le veía le pegaba un abrazo. Algunas veces le decía que tenía que
haber seguido con lo suyo, tal como estaba en aquel momento. “Victorino, ¿tú
crees que yo quiero morirme todos los días? ¡No!”. Y el Paleto cerraba con una
pregunta: “Después de triunfar de esa manera con un toro así, ¿qué más te da
morirte?”
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