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miércoles, 14 de junio de 2023

Morante o la importancia del rito. Artículo de Pablo Mariñoso para Revista Centinela

Morante o la importancia del rito.



 

Por Pablo Mariñoso.

El pasado 26 de abril, ustedes lo recordarán, José Antonio Morante de la Puebla abrió la Puerta Grande de la Maestranza. Los que estuvieron en la plaza aquella tarde cuentan que había en el ambiente una sensación de grandeza. Flotaba la certeza, entre el azahar sevillano, de que aquella sería una corrida histórica. Y verdaderamente lo fue, tanto por el poso que dejará durante décadas como por su vuelta a los orígenes de la tauromaquia. Morante, hilvanando naturales, reivindicó la genealogía entera de la fiesta nacional.

La gesta de Morante

Citaba Enrique García-Máiquez hace poco en esta misma casa aquellas palabras de Joaquín Bartrina: «Oyendo hablar un hombre, fácil es/ saber dónde vio la luz del sol./ Si alaba Inglaterra, será inglés;/ si reniega de Prusia, es un francés;/ y si habla mal de España, es español» y bien podría decirse lo mismo de Morante. «Si habla mal de Morante, es morantista». Lo cierto es que el torero de la Puebla del Río no ha tenido últimamente su mejor racha dentro de los ruedos. Muchos han criticado a Morante y yo mismo he sufrido el sopor de su aburrimiento, que fue el nuestro, en Madrid y en Illumbe. Por eso en la faena del pasado mes muchos aficionados de la tauromaquia han visto una especie de milagro. Claro que los genios lo son precisamente porque no lo son siempre.

Hacía 52 años que no se cortaba un rabo en Sevilla. Fue entonces Ruiz Miguel el último matador en lograrlo, allá por 1971. Y más de medio siglo después, Morante recuperó la Sevilla nostálgica de sus triunfos. Aquella tarde de abril la Maestranza colgó el cartel de «no hay billetes». Morante, que podría haber fracasado como tantas otras veces, recibió a Ligerito ofreciendo capote, y allí danzaron en unos compases de verónicas que encendieron la plaza. Decía antes que Morante reivindicó la estirpe del torerismo −compendiando en sus capotazos lo mejor de todos los anteriores− pero también del torismo, desorejando a un toro de Domingo Hernández, mire usted por dónde, sobrino de Orgullito, que fuera indultado por El Juli hace ya un lustro en esa misma plaza.

Una estampa de antaño

La estampa de Morante, que en blanco y negro nos parece de hace siglos, nos recordó entonces una forma de vivir que siempre vale la pena reivindicar. Cientos de jóvenes lo sacaron a hombros por la Puerta del Príncipe y en la lejanía del paseo Colón, junto al Guadalquivir, amagó con aparcar la furgoneta del torero. Se ha escrito mucho sobre el Zaqueo que subido al Sicómoro de piedra de la Maestranza tendía la mano al maestro, sumándose a la reivindicación de lo antiguo, prefiriendo grabar la salida del maestro no en su móvil sino en la corazón, que es el eco de la retina.

Esa estampa de antaño, sin embargo, no sólo se dio en la plaza, sino por las calles de la capital andaluza.

Desde la plaza hasta el Hotel Colón, una procesión de cientos de personas acompañó al torero, en una suerte de cortejo festivo y triunfal. El séquito de Morante lo paseó por el centro de la ciudad hasta la calle Canalejas, y los ancianos de Sevilla iban saludando al maestro, mientras que las mujeres le lanzaban besos. La estampa de antaño –la de una Sevilla rendida ante un matador de toros− pilló de improviso a tantos turistas extranjeros, que pensaron por un momento en el Domingo de Resurrección. No en vano hay en internet todo tipo de vídeos de la juventud andaluza, bien encorbatada para la ocasión, aclamando a Morante al grito de «torero, torero».

La importancia del rito

Morante, que para Zabala de la Serna es «el torero más completo de la historia», ejemplificó el pasado 26 de abril la maestría bien enraizada, que bebe de una tradición y de unas formas. Cuántas veces no han cuajado sus faenas y qué malas corridas ha tenido a lo largo de su trayectoria. No pocos han sido sus tropiezos en el escalafón de la tauromaquia, pero aquella tarde en Sevilla compendió la querencia por el rito. Decía un buen amigo mío que pocos son los toreros que aún utilizan el botijo para humedecer la muleta en días de viento. Mientras que la mayoría hacen uso hoy de botellas de plástico, tan sólo MoranteCastella y Fonseca repiten, en una querencia centenaria, ese rito de la tauromaquia cuidada. El primero triunfó en Sevilla; el diestro francés abrió hace días la Puerta Grande de Las Ventas; ya sólo nos queda esperar el éxito del joven mexicano. Sus logros tendrán, como los de Morante, un hueco en la historia.

Publicando en Revista Centinela

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