Una infumable corrida y un extraordinario torero
Es Madrid siempre lugar de graduado para aquellos que triunfan en Sevilla. Una prueba para consagrarse en el toreo o de frenazo que te devuelve los pies al suelo. Venía El Parralejo de echar una corrida más cantada que realmente brava en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y llegó a Madrid, en pleno día de San Isidro, con una corrida fea, muy dispar de hechuras. Tanto, que imaginar una embestida flexible en tanto cuerpo era un ejercicio de fe absoluta. Además, se movió mal, pues le costó siempre el apoyo necesario para ligar los muletazos en varios toros por un problema de coordinación. Con tan poco material, Miguel Ángel Perera volvió a demostrar ser un torero extraordinario. Dominio perfecto de sitio, trazo y temple. Látigo y seda. No pudieron hacer lo mismo Paco Ureña con un lote sin opciones; ni Alejandro Fermín, que vestido de Chenel y oro, no consiguió el triunfo soñado. Se podían soñar muchas cosas, menos que la corrida embistiera.
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