Manuel Escribano vence los límites de lo humano y corta las dos orejas del sexto.
¡En un titular no cabe tanta grandeza!
Perdonen mi inexperiencia, pero cualquier titular se queda corto ante tanta grandeza, ante tanta emoción. Ante el ejercicio más sincero de entregar tu vida por el toreo. Porque no se pueden resumir en una frase cómo un hombre puede superar y vencer los límites de lo humano. Desde las 18:40 -hora en la que Manuel Escribano caminaba en soledad hacia el portón de chiqueros- hasta las pasadas 21:00, un sinfín de verdad y entrega con la Real Maestranza de Sevilla como escenario. El toreo mismo. De la emoción del toreo de Borja Jiménez a la épica sin mácula de Manuel Escribano. De la superación de un hombre al milagro de Borja Jiménez de tocar el sueño de la Puerta del Príncipe con la yema de los dedos -o con el filo del acero-. Una tarde en la que Roca Rey sufrió la sentencia del público de Sevilla, con la esperanza de su regreso el próximo sábado. Como regresó el toro a Sevilla y con él, la grandeza del toreo.
Se desataron las emociones cuando Manuel Escribano salió de la enfermería y más aún cuando se marchó de nuevo al portón de toriles. Los gritos de ¡Torero, torero! se escucharon en Triana, no así la música, de perfecta elección para acompañar tan densa y larga espera. Como si de una marcha de procesión se tratara. Empujaba el público el viaje medido con el que salió el toro. Vencido la porta gayola, el recibo a la verónica fue una constante de olés que se fueron uniendo hasta el rugido final de una media a pies juntos. Épica, honor, corazón, bravura, coraje, valor… Amor por el toreo y por la vida. Cogió las banderillas bajo el asombro del público, que volvió a ponerse en pie cuando completó el tercio, no sin pasar apuros. Con una cornada de diez centímetros, Escribano desafío a la condición humana y puso un nuevo límite. La faena se desarrolló entre la pasión y la emoción contenida de un público que respiró aliviado cuando la espada entró. Las dos orejas fueron unánimes. Nadie se movió de los asientos, con lágrimas en los ojos por tanta proeza. Todos querían comprobar que el vaquero solo escondía el oro que siguió brotando por la sangre de Manuel Escribano. Querían comprobar en la vuelta al ruedo que estaban ante un torero. Y eso no entra en un titular.
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